La utilización de materiales procedentes del reino mineral es una de las características que podemos ver en la diferenciación de comportamientos entre el hombre y los demás animales, y está en el mismo origen del desarrollo de las primeras culturas. Desde la aparición de la escritura quedaron reflejadas en distintas obras muchas de las ideas de las distintas civilizaciones sobre el mundo mineral, sobre las propiedades de los minerales, sobre los metales que se obtenían de ellos, y especialmente sobre las propiedades, mágicas o medicinales, de las que eran consideradas en cada momento como piedras preciosas. Aunque a primera vista parece sorprendente, no pasaron sin embargo al acervo escrito muchos métodos de obtención y procesado, ni muchas propiedades auténticas y aplicaciones útiles ya entonces bien conocidas. Encontramos pues una dicotomía entre especulación científica y desarrollo tecnológico. Los que escribían libros no sabían metalurgia, ni conocían realmente las piedras preciosas. Los que trabajaban con piedras y metales, o no sabían escribir o preferían mantener el control de los conocimientos mediante una transmisión de maestro a aprendiz. Esta forma de transmisión solamente se romperá con el Renacimiento.
MINERALOGIA PRECIENTIFICA
Fuentes grecorromanas
Dentro del legado de la Antigüedad clásica se encuentran un cierto número de obras notables por las informaciones que contienen sobre los minerales y las minas, que atravesaron la Edad Media como manuscritos griegos, latinos y arábigos. Con la aparición de la imprenta, se amplió su difusión, ya casi siempre en latín, por obra de los grandes talleres italianos o centroeuropeos. En algunos casos, se hicieron también ediciones en las lenguas europeas modernas, incluido el castellano, pero generalmente mucho más tardías.
La riqueza minera de España fue conocida y explotada desde épocas anteriores a la ocupación romana, y todas obras clásicas con algún contenido relacionado con la naturaleza o con la geografía física incluyen siempre referencias sobre la Península. La obra más conocida es la Historia Natural, de Caius Plinius Secundus, más conocido como Plinio el Viejo. En esta su obra magna recopila información de una inmensa variedad de fuentes, de las que, en muchos casos, lo único que ha pervivido es lo que Plinio transcribe. En varios temas, sobre todo en las descripciones geográficas, se basa en cierta medida en sus propias observaciones o en información recogida sobre el terreno, puesto que para su época fue un gran viajero. La Historia Natural de Plinio fue considerada una obra cumbre del saber y el fundamento para cualquier examen de la historia natural hasta el siglo XVIII. Existen más de doscientas ediciones antiguas, latinas y en otras lenguas, incluyendo una en castellano de 1624.
Portada de la edición castellana de la Historia Natural de Plinio. Es este tomo, el segundo, es donde se encuentran sus descripciones mineralógicas
La obra de Dioscorides Anazarbeo Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, escrita originalmente en griego, fue durante muchos siglos la fuente esencial de lo que ahora denominaríamos farmacología. Aunque el interés del autor está centrado en los productos vegetales, entre los que se encuentran muchos más principios activos, ninguno de los reinos de la naturaleza queda olvidado en esta obra. En el libro V , capítulos 44 al 138 trata de los minerales. Impreso por vez primera en 1478, existen muchas ediciones en todos los idiomas cultos, más aún que de la obra de Plinio, dada la demanda creada por cada generación de médicos. La primera edición en castellano, de la traducción hecha por Andrés Laguna, se imprimió en Amberes en 1555. En 1563 se reimprimió en Salamanca, por Mathias Gast, que llevaría a cabo más ediciones en años sucesivos. Todas estas ediciones llevan xilografías bien grabadas, y en la mayor parte de los casos, comentarios del traductor y tablas de sinónimos. La obra de Dioscórides ya se había impreso anteriormente en España, concretamente en 1518, en Alcalá de Henares, en la traducción latina llevada a cabo por Ruelio.
Otra de las obras importantes que nos ha legado la Antigüedad es la Geografía de Strabon, escrita entre los años 29 y 7 antes de nuestra era, aunque su autor la retocara posteriormente. De los XVII libros de que consta, el libro III está dedicado íntegramente a lo que hoy es España. Aunque Strabon no la visitó, recopiló información de otros autores y de viajeros de la época, y su obra contiene mucha información sobre minas y geografía física. Existen también muchas ediciones latinas de su obra, la primera impresa en 1471 en Roma. En castellano, se publicó en 1787 una traducción parcial, realizada por Juan López, como Libro tercero de su Geografía, que comprende un tratado sobre la España antigua.
Entre las obras clásicas con contenido mineralógico que nunca se tradujeron al castellano, aunque influyera en muchos otros autores a través de las ediciones griegas y latinas, esta De lapidibus, de Theophrastus, uno de los primeros y más completos lapidarios que se conservan.
Fuentes medievales
Una fuente fundamental, y muy influyente en los siglos siguientes (muchas veces para mal, desde el punto de vista científico) fue San Isidoro. Su obra Las etimologías, o tratado de los orígenes, se cita como autoridad en algunos casos hasta ya entrado el siglo XVIII. Gran parte de los contenidos sobre minerales están tomados de Julius Solinus, un autor latino. Como el título de la obra indica, el aspecto etimológico es fundamental, pero una gran parte de las etimologías propuestas son erróneas, y muchas, como la del oro, aurum, que hace derivar de la palabra que designa el aire, o la del plomo, francamente absurdas. No existen ediciones antiguas impresas en castellano, pero sí bastantes en latín, siendo la primera la de Ausburgo, en 1472. Son también notables las latinas de Madrid de 1597 y 1599 (Juan de Grial).
Los contenidos del Lapidario de Alfonso X proceden de la cultura grecorromana, con bastantes adiciones orientales. La versión original parece ser caldea, traducida al árabe por un tal Abolays y del árabe al castellano por Yhuda Mosca y Garci Perez hacia 1250. No se conocen más versiones antiguas que los manuscritos del Monasterio del Escorial (con letra del último tercio del siglo XIII) y una copia del siglo XVI, por lo que su influencia debió ser forzosamente muy limitada. Por comparación, de De Lapidibus, de Marbodus, escrito en hexámetros latinos en torno al año 1080, se conocen más de 100 versiones manuscritas; fue impreso en Viena ya en 1511, y las ediciones antiguas superan la decena. Por el contrario, la primera versión impresa (como facsímil del manuscrito del Escorial) del lapidario de Alfonso X es de finales del siglo XIX. Otros lapidarios medievales de las que no existe versión castellana, pero cuyos datos aparecen citados en otras obras, son el lapidario atribuido a Aristóteles, pero mucho más moderno y de origen persa, y De mineralibus, de Alberto Magno.
Otra obra interesante, ya más tardía, es el Libro de propietatibus rerum, la traducción hecha por Fray Vicente de Burgos de la obra homónima de Bartholomaeus Anglicus (Bartolomé Glanvilla), escrita originalmente alrededor de 1240, y muy popular a lo largo de toda la Edad Media
Existen dos ediciones de la obra completa en castellano, una incunable (1494) impresa en Tolosa (Toulouse, Francia) y otra de 1529 impresa en Toledo, ambas ilustradas con algunas xilografías. El libro XVI trata íntegramente "de las piedras y los metales".
Existe también otra notable y rara edición en castellano, solamente de este libro XVI en particular, impresa en Zaragoza por Pablo Hurus entre 1495 y 1497.
Principio del libro sobre los minerales, extraído de Libro de propietatibus rerum, y que es la primera obra de mineralogía publicada en una “lengua vulgar” europea. En Castellano, y en Zaragoza.
El contenido de esta obra está basado fundamentalmente en Las Etimologías de San Isidoro y en el Lapidario de Aristóteles, y a través de ellos en los lapidarios clásicos grecolatinos, con adiciones procedentes de otros escritores cristianos medievales. Como es habitual en la estructura mental medieval, no trata de encontrar relación entre los escritos y la realidad, dando preferencia a las fuentes y Autoridades sobre las observaciones. Sin embargo, contiene muchos detalles interesantes y razonablemente establecidos.
LOS INICIOS DE LA MINERALOGIA CIENTIFICA. SIGLOS XVI-XVIII
Con la llegada del Renacimiento y la difusión de la imprenta las obras escritas dejan de ser patrimonio exclusivo de monasterios y bibliotecas y se acercan incluso a las minas y a los talleres de fundición. Los Probierbüchlein, pequeños manuales anónimos con procedimientos para la fundición de minerales y metales y para el ensayo de metales preciosos, aparecen en Alemania ya a comienzos del siglo XVI. A mediados de ese siglo se publican varias obras importantes, algunas de las cuales representarán auténticos hitos en la historia de la ciencia.
La primera de ellas es De la pirotechnia, de Biringuccio, publicada en Venecia en 1540. Le sigue poco después De re metallica, de Agricola, publicada por primera vez en Basilea en 1556. La segunda está basada en buena parte en la primera, pero alcanzó mucha mayor notoriedad, entre otras cosas por el gran número de grabados de gran calidad que incluye. De ambas obras se realizaron en su época varias ediciones en distintos idiomas, pero no en castellano.
Recopilando también informaciones contenidas en estas dos obras, se publica en Madrid en 1569 De re metalica de Pérez de Vargas, el primer libro auténticamente científico publicado en castellano sobre los metales y los minerales. Aunque inferior a los otros dos citados, de formato más pequeño y con un menor contenido, el libro de Pérez de Vargas ocupa un lugar importante en la historia del aprovechamiento de los minerales, al ser la tercera obra relevante impresa en el mundo.
Portada y una de las páginas del libro de Pérez de Vargas
Pocos años después, en 1572, se publicará la primera edición del Quilatador de la plata, oro y piedras de Joan de Arphe de Villafañe, impreso en Valladolid, obra en la que se encuentran mitos procedentes de los lapidarios junto con valiosas informaciones sobre los metales preciosos, especialmente sobre su análisis y tasación, y sobre las gemas. Con esta obra, que no fue muy difundida fuera de España, Arphe se adelantó un siglo entero a sus continuadores, Tavernier y Berquen, en el establecimiento de sistemas de valoración de las piedras preciosas por criterios objetivos.
Los obstáculos que experimenta el desarrollo de la minería en la España del siglo XVI no son exclusivamente de tipo tecnológico. Durante los siglos anteriores, los reyes habían concedido, como "mercedes", los derechos a la explotación minera de grandes territorios, incluso obispados enteros, a personas sin ningún interés en investigar ni explotar los yacimientos minerales. España estaba cubierta de "mercedes de minas", que abarcaban territorios mayores que algunas provincias actuales, pertenecientes a personas que no tenían más interés en la minería que especular utilizando su "merced" como un valor de cambio, o esperar a que alguien descubriera un mineral aprovechable para apoderarse de él o imponerle el pago de tributos abusivos por permitirle explotarlo. Por ejemplo, las minas de Linares, importantísimas en época romana y de las que era evidente su riqueza, estaban incluidas dentro del Obispado de Jaén, en el que los derechos sobre las minas pertenecían, por concesión de los Reyes Católicos, a Suarez y Ponce de León, que no realizó ninguna explotación e impidió que otros lo hicieran.
En teoría, sin embargo, la búsqueda de minas era libre desde épocas anteriores, al menos desde la ley de Juan II promulgada en las cortes de Briviesca en 1387. En 1555 se produce una revolución en la minería peninsular con el descubrimiento de la riquísima mina de plata de Guadalcanal (que estará activa hasta 1645). Puesto que parece evidente la existencia de grandes riquezas minerales, y también las trabas que encuentra su explotación, Felipe II promulgará diversas pragmáticas, para eliminar esas trabas. En la primera de ellas, promulgada en Valladolid el 10 de enero de 1559, se revocan las mercedes de minas concedidas anteriormente y se declaran todas las minas propiedad real, pero concediendo su explotación a los particulares que las descubrieran, con determinadas condiciones. Se establecía la prioridad en el registro como fundamento del derecho sobre las minas, creando simultáneamente, como es natural, un organismo en el que este registro pudiera llevarse a cabo. Esta ley fue ampliada con la pragmática dada en Madrid el 18 de marzo de 1563, en la que se aclaran distintos detalles y se indica lo que se deberá pagar a la Corona. Los efectos de este cambio legislativo se notaron casi inmediatamente, aunque hicieron falta varios años de pleitos para que la ley llegara a aplicarse de forma eficaz. El 27 de julio de 1565, Francisco García y Juan Díaz Hidalgo registraron junto a unos "pozos viejos antiguos" en Linares, una mina de "plata y otros metales". El mismo día se produjeron dos registros más, y en el mes de agosto pasaban ya de la decena. Las minas de Linares no cesarían en su actividad hasta 1991. La experiencia de los años siguientes permite la promulgación el 22 de agosto de 1584 en El Escorial, de lo que podemos considerar la versión final de la ley, que estaría vigente durante más de dos siglos.
En el continente americano empezó pronto la explotación de las minas de plata. La primera, descubierta ya antes de 1530, es la mina de Morcillo, en Méjico. Pocos años después se descubrirán las minas de Porco, en Bolivia, y en 1545, cercanas a ésta, las de Potosí, mucho más importantes, que producirán una cantidad increíble de plata a lo largo de varios siglos. Casi en las mismas fechas se descubrirán las de Zacatecas y las de Guanajuato, en Méjico, y entre esa década y la siguiente, las minas de plata en explotación en la América Española se contarán ya por decenas.
En 1555 Bartolomé de Medina introduce en las minas de Pachuca (Méjico) un sistema nuevo de beneficio de minerales de plata, la amalgamación con mercurio. Esta técnica alcanzó un gran éxito, ya que permitía el ahorro de leña, escasa en muchas regiones mineras, y además era particularmente adecuada para los minerales americanos, que en muchos casos, al contrario que los minerales europeos, contenían proporciones elevadas de cloruros de plata y plata nativa y eran pobres en plomo. El desarrollo de la amalgamación convirtió al mercurio en un producto estratégico de primer orden, y a las minas de Almadén en una pieza fundamental para la minería americana. Los intentos de obtención de mercurio en América tuvieron un éxito limitado, ya que solamente una mina, la de Huancavelica, dio una producción estimable. Aun así, y en su mejor momento, a mediados del siglo XVII, su producción, a pesar de ser superior a la de Almadén, escasamente fue suficiente incluso para las necesidades de las minas peruanas, sin hablar ya de las de Méjico.
La carencia crónica de mercurio dio lugar a distintos estudios para economizar este componente y para optimizar el proceso de extracción de la plata. Como resultado de sus trabajos en este campo, el clérigo oriundo de Lepe, Alvaro Alonso Barba, escribe la que será la obra más importante, a nivel mundial, de todo el siglo XVII en el campo del aprovechamiento de los minerales, el Arte de los metales. Este libro se traducirá rápidamente a distintos idiomas europeos y se reeditará en múltiples ocasiones.
Portada de la primera edición de El Arte de los Metales, de Alonso Barba.
También comenzaron pronto los estudios sobre la naturaleza americana, en la que todo o casi todo lo que se veía era nuevo y distinto a lo existente en Europa. La primera obra importante publicada es La historia general de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, impresa en Sevilla en 1535. En 1590 se publicó, también en Sevilla, la Historia natural y moral de las Indias, de José de Acosta. Al año siguiente se reimprimirá dos veces más, y en pocos años se traducirá a los principales idiomas europeos. Francisco Hernández estuvo durante cuatro años comisionado por Felipe II estudiando la historia natural de América, escribiendo 17 grandes volúmenes. Estos manuscritos se publicarán más tarde sólo parcialmente, en Méjico (1615) y, en latín, en Roma (1628, 1649 y 1651). Una parte se perdieron en el incendio del Escorial en 1671. De Juan Eusebio Nieremberg, tratando en buena parte de América, y en especial de Méjico, encontramos su magnífica obra Historia naturae maxime peregrinae publicada en latín en Amberes en 1635, que no llegó a traducirse al castellano.
En el siglo XVIII hay que mencionar las obras de Antonio de Ulloa. Este científico y marino español participó desde 1735 hasta 1746 en la expedición dirigida por La Condamine para medir un grado de la circunferencia terrestre a la altura del Ecuador. Como resultado, escribió la Relación histórica del viaje a la América Meridional, y observaciones astronómicas y físicas hechas de orden de S.M. en el Perú, en colaboración con Jorge Juan y cuya primera edición fue publicada en Madrid en 1748, y también Noticias americanas. Entretenimientos físico-históricos sobre la América meridional y la septentrional oriental, publicada en 1772 y reeditada en 1792. Entre los resultados científicos de esta expedición se encuentra el descubrimiento del platino por Ulloa.
Por su parte, el abate Juan Ignacio Molina publicó en italiano el Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reino de Chile... en 1782, en Bolonia. El tomo I, el referente a la historia natural, se publicará en castellano en 1788, traducido por D. Domingo Joseph de Arquelada Mendoza, e impreso por Antonio de Sancha en Madrid. El tomo 2 (la historia civil) se publicará en castellano en 1795. También se traducirá al inglés y al francés.
Francisco Javier Gamboa publica en 1761 sus Comentarios a las Ordenanzas de Minas de la Nueva España. El libro, en gran formato y con láminas, no solamente trata de temas de legislación, sino también de geología (según las ideas de la época), de tecnología minera y de economía. Incluye asimismo un índice de todas las minas de plata explotadas en algún momento en Nueva España, lo que ahora es Méjico y el sur de los Estados Unidos. Las Ordenanzas que comenta no habían sido preparadas específicamente como un conjunto ordenado, sino que eran una recopilación de las Ordenanzas del Nuevo Cuaderno, junto con las Leyes de Indias y algunas Ordenanzas especiales locales. El libro de Gamboa servirá precisamente de acicate y fundamento para la promulgación en 1783 de las Reales Ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno del importante cuerpo de la minería de Nueva España y de su Real Tribunal General, que también se aplicarán en Perú, seguirán vigentes después de su independencia de la Corona Española e influirán profundamente en las leyes mineras del siglo XIX de España y de otros países.
La producción de las minas del Nuevo Mundo era fundamentalmente plata, utilizada en la acuñación de moneda y, en mucha menor medida, en la elaboración de objetos litúrgicos y de platería civil. La necesidad de controlar el contenido en metal precioso, es decir, la "ley" de estos materiales, dio lugar a la aparición de bastantes obras impresas, continuadoras algunas de la de Arphe, pero también otras consistentes casi en una simple recopilación de tablas aritméticas. Pueden destacarse entre ellas: Tratado de ensayadores, de Juan Fernández del Castillo, publicado en Madrid en 1623 con el fin de uniformar las técnicas de ensaye; Theoría y práctica de la arte de ensayar oro, plata y vellón rico, de Joseph García Cavallero, publicado en 1713; Promptuario y guía de artífices plateros, de Joseph Tramullas, publicado en 1734; Proporción aritmética práctica de la plata , con un segundo volumen dedicado al oro, de Bernardo Muñoz, publicado en 1741; Arte de ensayar oro y plata, también de Bernardo Muñoz, publicado en 1755, y finalmente el Manual de joyeros, de Martín Diego Saenz, publicado en 1781. Posteriormente (1785) se publicará la traducción de la obra de Sage Arte de ensayar oro y plata y en 1791 la de la obra de Ribacourt Elementos de química docimástica. En América se publicará en Lima, en 1738, como continuación de la obra de Alonso Barba, Arte o cartilla del nuevo beneficio de la plata en todo género de metales fríos y calientes, de Lorenzo Phelipe de la Torre Barrio y Lima, que será reimpresa en Madrid en 1743.
En la Península también se estudia la Naturaleza. El franciscano Joseph Torrubia, que había viajado por Filipinas y Méjico hasta recalar finalmente en Molina de Aragón, publica en 1754 su Aparato para la historia natural española. En esta obra, bien ilustrada con 14 láminas de minerales y fósiles, incluye descripciones e imágenes de minerales no examinados previamente, como el que décadas después recibirá el nombre de aragonito.
Lámina del libro de Torrubia, en la que aparecen, junto a varios fósiles, minerales típoicamente españoles como el aragonito (representado aquí por vez primera) y el jacinto de Compostela.
Por otra parte, España no pierde el tren en el inicio de la mineralogía científica a finales del siglo XVIII. La Corona contrata como profesores a científicos extranjeros, como Herrgen, Proust o Chabaneau, mientras que se preparan traducciones al castellano de las obras más importantes, que en aquel momento son las mineralogías de Kirwan y de Widennman. También se pide a estos científicos contratados que contribuyan con sus propias obras. Herrgen cumplirá sobradamente, Proust con bastante menos eficacia, y Chabaneau solamente llegará a escribir el tomo primero (dedicado a los fenómenos físicos) de unos Elementos de ciencias naturales. Algunos extranjeros, como Hoppensack, que fue director de Almadén y que luego exploto por su cuenta las minas de Guadalcanal y Cazalla, darán a conocer la riqueza minera de España en otros países. Los hermanos Elhuyar, por su parte descubrieron en 1783 un nuevo metal, que llamaron wolframio, estudiando el mineral conocido como "wolfram", actualmente wolframita. Uno de ellos, Fausto, será también una figura clave en el establecimiento de la enseñanza de la minería en España y América.
Portada de la traducción al castellano de la Mineralogía de Kirwan
En 1778 comienzan los estudios en la Academia de Minas fundada en Almadén. Evidentemente, el lugar no se escogió al azar; Almadén era una de las más preciadas posesiones de la Corona española, ya que su mercurio representaba la llave para extraer la plata de las minas americanas. Por esta razón se había intentado siempre llevar a cabo su explotación de la forma más eficaz posible, contratando incluso mineros extranjeros expertos (alemanes principalmente), con los que se podía contar también como profesores. En 1796, Francisco de la Garza y Diego de Larrañaga fueron enviados a Alemania a estudiar las técnicas que se utilizaban en sus minas, las más avanzadas del mundo en aquel momento. A su vuelta, en 1800, fueron nombrados profesores de la Academia de Minas de Almadén.
En lo que todavía era Nueva España, su Academia de Minas estaba dirigida por Andrés Manuel del Río. Este científico publicará en 1795 la primera parte de sus Elementos de orictognosia, el primer libro de mineralogía impreso en América. Con ello se adelantará en más de 20 años a los autores estadounidenses, ya que el primer libro de mineralogía publicado en Estados Unidos será el de Cleveland, en 1816. También descubrirá en 1801 un nuevo metal, al que llamará "eritronio", en el mineral de Zimapán conocido como "plomo pardo". Sin embargo la oposición de algún científico europeo, que consideraba que el eritronio era simplemente cromo impuro, le hará retractarse de su descubrimiento. En 1830, un químico sueco redescubrirá este elemento, al que llamará vanadio, nombre que perdurará en la literatura científica. El "plomo pardo" recibirá el nombre de vanadinita.
LA MINERALOGIA ANTICIENTIFICA
Secretos de la Naturaleza y Lapidarios
La visión mítica de las piedras preciosas, relacionada con la astrología, no acaba con la llegada de lo que podríamos considerar ya como ciencia, en el Renacimiento. Por el contrario, a lo largo de los siglos posteriores podemos encontrar múltiples libros en los que una parte importante de su contenido está dedicado a las "piedras", preciosas o no, consideradas desde el punto de vista de la "magia natural". Las fuentes de información en las que se apoyan estos libros son los autores grecorromanos, aderezados con las fantasías que iban incorporando los distintos autores filosóficos cristianos (como San Isidoro) y los lapidarios medievales.
Aunque científicamente sea poco apreciable, es importante desde otros puntos de vista la obra de Gaspar de Morales Libro de las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas, publicado en Zaragoza en 1605. Trata de las piedras fundamentalmente desde el punto de vista medicinal, basándose en los lapidarios medievales (Marbodeo y Camilus Leonardus), y en Agrícola. Su visión astrológica, o alguna de sus interpretaciones bíblicas, hizo que fuera incluido en el Indice de libros prohibidos.
Hasta el siglo XIX, la mayor parte de los escritos españoles sobre gemas se encuentran como capítulos dedicados a las piedras preciosas en las obras de "magia natural" o de "secretos de naturaleza". El más popular de todos ellos fue la obra de Jerónimo Cortés Fisonomía y varios secretos de naturaleza. Publicado inicialmente en Valencia en 1594, conoció un gran éxito, y se reeditó varias veces en los años siguientes. Nunca perdió el favor del público, y en total, las ediciones pueden contarse por decenas, incluso muchas de ellas en pleno siglo XIX. Este libro es una amalgama de recetas domésticas, trucos de juegos de manos y mitos absurdos, tomados de Aristóteles, Plinio, Alberto Magno o Aranda. De todos modos, aunque carece de interés científico, siempre puede encontrarse un dato anecdótico real, como la presencia de "jacintos", es decir, granates, junto a una fuente en las afueras de Toledo. Lo mismo que el libro de Gaspar de Morales, el de Cortés tuvo problemas con la Inquisición, siendo expurgado en 1741.
Otros libros en los que se trata también de piedras preciosas de la misma forma son el de Hernando Castrillo, Historia y magia natural, o Ciencia de la filosofía oculta, publicado en Madrid por Juan Sanz en 1723 y el de Juan Bernardino Roxo, Therurgia general y específica de las graves calidades, maravillosas virtudes y apreciable conocimiento de las más preciosas piedras del universo, publicado en Madrid por Antonio Marín en 1747. Este tipo de libros han tenido siempre un éxito sorprendente. Incluso actualmente encontramos libros con semejantes contenidos sobre la magia de las piedras, de los cristales y gemas.
MINERALOGIA ANECDOTICA
Muchos libros, de los temas más diversos, incluyen informaciones anecdóticas, pero muchas veces interesantes o útiles (y ocasionalmente incluso más razonables que las de muchos libros "especializados") sobre minerales o minas.
Entre las obras del Renacimiento podemos mencionar la de Iaume Ferrer de Blanes, titulada Sentencias catholicas del divi, poeta Dant Florentí, impresa en 1545. A partir del inicio de la signatura D (la obra no está foliada), y durante diecisiete páginas, describe algunas joyas pertenecientes a Venecia y Génova, algunas piedras preciosas, y la forma de tallar y pulir los diamantes utilizando otro diamante o su propio polvo, técnica cuyo descubrimiento se atribuyó a Louis de Berquen en Brujas (Bélgica) unos 70 años antes, pero que probablemente se conocía ya desde época romana. Consecuentemente, desmiente explícitamente la afirmación de Plinio de que los diamantes pueden tallarse ablandándolos con sangre de cabrito, falsedad perfectamente conocida por cualquier joyero de cualquier época, aunque fuera analfabeto, pero mantenida aún hasta el siglo XVIII en muchos libros. El libro de Bernardino Gomez Miedes Commentariorum de sale, impreso en Valencia en 1579 también incluye entre todas las noticias y leyendas sobre la sal, algunos detalles interesantes sobre sus minas.
Los libros de descripciones geográficas suelen contener informaciones sobre el tipo de terrenos, fuentes, aguas minerales, y, eventualmente, sobre las minas de las localidades que describen. Ya hemos visto que esto sucede en la Geografía de Strabon, pero también en obras de época moderna. Como ejemplo, se pueden citar el Itinerario descriptivo de las provincias de España... , de Laborde, del que existen varias ediciones francesas y españolas de principios del siglo XIX, el Diccionario geográfico-estadístico de España.. , de Pascual Madoz, publicado entre 1845 y 1850, y los distintos volúmenes de la "Crónica General de España", publicados hacia 1860-1870.
Las obras de geografía física encuentran su continuación en muchos libros de viajes o en descripciones e historias locales. Rara es la historia local hasta el siglo XIX que no alaba extensamente las riquezas de "marmoles y metales preciosos" de cualquier localidad, aunque jamás se hubiera sacado nada de esas supuestas minas, que siempre fueron, al menos nominalmente, riquísimas en tiempo de los romanos o de los moros. En algunos casos lo escrito está sin embargo relativamente ajustado a la realidad, como en el libro de Diego Murillo Fundación milagrosa de la Capilla angélica y apóstolica de la Madre de Dios del Pilar, y excelencias de la Imperial Civdad de Çaragoça, publicado en Barcelona en 1616 y que contiene una acertada descripción de las minas de sal de Remolinos. Sobre estas minas y sobre otras habla también Ximenez de Aragues en su Discurso del oficio de Bayle general de Aragón, publicado en 1630 y reimpreso en 1740.
Las obras más modernas son generalmente más razonables, y también más informativas. Resulta curiosa, por ejemplo la obra Historia de la antigua ciudad de Sisapon, hoy Almaden del Azogue, de José María Pontes y Fernández, publicada en Madrid en 1900. El libro de Bibiano Contreras, El país de la plata. Apuntes históricos... , publicado en Guadalajara en 1904 y que trata de las minas de Hiendelaencina, es casi indispensable para quien quiera conocer la faceta humana del descubrimiento de estas importantes minas. Y, combinando los aspectos técnicos con los sociales, el libro de Enrique Marmol Las minas de Riotinto, publicado en Madrid en 1935, resulta también muy interesante.
Los libros de viajes son también pródigos en noticias de este tipo. Algunos de ellos, como el que describe los viajes de Bowles por España, contienen suficiente material como para merecer por propio derecho un lugar relevante dentro de los libros de mineralogía y minería. La mayoría de ellos, sin embargo, reflejan solamente impresiones anecdóticas, debidas a la pluma de personas legas en la materia. Entre ellos están obras voluminosas, populares y citadas en todas las bibliografías, como los viajes de Ponz, autor que toma muchos de sus datos precisamente de la obra de Bowles, y obras pequeñas, raras y casi desconocidas, como la de J. Davis A trip to the Orcanana Iron Mines in Spain, en la que la minería es precisamente el hilo conductor.
Durante el siglo XVIII se publican en España muchas obras de tipo local, con descripciones físicas de distintas zonas, especialmente de la flora pero también de la geología. La más importante es la de Cavanilles sobre el Reino de Valencia, pero también contiene datos curiosos, entre otras, la Historia natural y médica del Principado de Asturias, de Casal, publicada en Madrid en 1762.
Las obras sobre aguas minerales, escritas desde el punto de vista médico, no desdeñan incluir informaciones sobre las condiciones físicas de los lugares donde se encuentran. Así, en la obra de Alfonso Limón Montero, publicada en Alcalá de Henares en 1697 y titulada Espejo cristalino de las aguas de España, hermoseado y guarnecido, con el marco de variedades de fuentes y baños... se recogen datos sobre minerales, tomados de Plinio en algunos casos. Más interesantes aún son los dos únicos tomos publicados (en 1765), de los siete que estaban previstos, de la obra de Pedro Gómez de Bedoya Historia natural de las fuentes minerales de España, preparado enviando cuestionarios a todos los médicos y boticarios españoles.
Los minerales también se encuentran en obras pertenecientes a otras ciencias, como la farmacia, química, medicina o veterinaria. En la obra de Chaptal Elementos de química, cuya segunda edición se publicó traducida al castellano en 1793-1794, una buena parte del tomo 2, de los tres que la forman, está dedicada a los minerales, estudiados desde el punto de vista químico. Lo mismo sucede en las obras de Fourcroy, también traducidas al castellano a finales del siglo XVIII. Más moderno, y escrito directamente en castellano, tenemos el Tratado de química inorgánica, de Rafael Saez Palacios, que también incluye datos de mineralogía, incluyendo localidades españolas. Entre las obras de veterinaria es especialmente notable el libro de Francisco de Sande Compendio de albeiteria, publicado en Madrid en 1729 y que dedica uno de sus capítulos a los minerales, no solamente desde el punto de vista de sus aplicaciones en medicina animal (más bien exageradas) sino incluso especulando sobre su naturaleza y origen.
También podemos encontrar informaciones sobre minerales en obras de las más diversas temáticas, como en la Curiosa y oculta filosofía, de Nieremberg, publicada en varias ocasiones, bien suelta (Alcalá, 1649) o bien formando parte de sus Obras Filosóficas, del tomo III de sus obras en romance (Madrid, 1664). En ella se discute las propiedades de la piedra imán, y la desaparición del lapis especularis, el yeso cristalino utilizado por su transparencia para fabricar ventanas por los romanos. Aunque en algunos casos se asemeje aparentemente a las otras obras de magia natural, la diferencia aparece de forma evidente cuando se examina con detalle. Las conclusiones podrán ser acertadas o erróneas, pero la forma de llegar a ellas se parece en cierta medida a lo que conocemos como método científico. Y las fuentes citadas ya no son Plinio o San Isidoro, sino De Magnete, de Gilbert.
Por último, no se pueden dejar pasar de largo las obras de divulgación intelectual, como el Teatro crítico de Feijoo, cuyo primer volumen se publicó en 1726, y sus secuelas (Cartas Críticas, Apología, Demostración, etc). En estas obras se combaten explícitamente algunas afirmaciones de los lapidarios o de los libros de magia natural, pero en otros casos le parecen tan evidentemente absurdas que no considera que merezca siquiera la pena emplear espacio en ellas. Un ejemplo de discusión notable, en el tomo primero de la Demonstración critico-apologética... , de Martín Sarmiento, es la que hace referencia a la existencia o no de esmeraldas en el Viejo Mundo, antes del descubrimiento de América, y sobre su posible origen. Pocas de estas obras, sin embargo, contienen informaciones en cantidad suficiente, y de categoría científica suficiente, para considerarlas dentro de las fuentes bibliográficas principales de la mineralogía y minería españolas.
LA HISTORIA NATURAL. LIBROS DE TEXTO Y ENCICLOPEDIAS
Libros de texto
Dentro de los libros que tratan de mineralogía, los libros de texto de historia natural son un caso especial. Con escasas excepciones, tienen todos variantes del mismo título, "Historia natural", matizado a veces por la indicación de a quien van dirigidos, y están clásicamente divididos en tres partes, zoología, botánica y geología, en muchos casos incluso físicamente. Estaban destinados a su utilización en la enseñanza elemental o media, y a los estudios en las Facultades de Farmacia, Medicina, etc. Durante el siglo XIX se publicaron en España más de 200, si se consideran separadamente las distintas ediciones. El primero de ellos, impreso en 1820, es el de Agustín Yañez, destinado a los estudiantes de Farmacia.
Los cambios de los planes de estudio que tuvieron lugar en 1845, y sobre todo en 1847, dieron mucho más peso a la enseñanza de las ciencias naturales. Con la separación de la enseñanza media de la universitaria, quedó establecida una asignatura de Ciencias Naturales en los institutos, lo que representaba un mercado potencial para libros de texto muy importante, que no podían despreciar los profesores de la época, no demasiado bien pagados. Encontramos así una avalancha de textos, de interés y calidad variables, pero siempre a un nivel científico elemental, tanto de autores españoles como traducidos. Algunos de los libros traducidos destacan por su calidad, pero a cambio los de autores españoles suelen incluir datos locales, en el caso de la mineralogía, de yacimientos españoles. Algunas obras, como el Manual de historia natural de Manuel María José de Galdo, alcanzaron las 10 ediciones, con cuarenta años de distancia entre la primera y la última. También se hicieron muchas ediciones de los libros de Emilio Ribera y de Sandalio de Pereda. Científicos de prestigio, como Ignacio Bolívar, Salvador Calderón, Odón de Buen o Francisco Quiroga tampoco desdeñaron participar en la elaboración de libros de este tipo.
A lo largo del siglo, los sistemas de clasificación de los minerales utilizados en estos libros van cambiando. Así, Yañez utiliza el sistema de Werner, basado en los caracteres exteriores, a pesar de que ya podía considerarse obsoleto para la época. Libros posteriores utilizarán las sistemáticas de Haüy, Beudant, y especialmente el sistema de clasificación de Dufrenoy, cuya mineralogía era la obra de referencia en la época dorada de estos libros de texto.
Enciclopedias de Historia Natural
La Historia natural de Buffon marcó un hito en las publicaciones de tipo científico, al ser capaz por primera vez de interesar en las ciencias de la naturaleza a un gran número de ciudadanos. Tuvo un éxito enorme en Francia, y fue inmediatamente traducida a distintos idiomas. La primera edición en castellano fue publicada entre 1785 y 1805. La traducción fue llevada a cabo por José Clavijo y Fajardo, consta de 24 volúmenes y, aunque incluye la "teoría de la tierra", no incluye en cambio la parte de mineralogía.
La obra de Pluche Espectáculo de la naturaleza fue casi tan popular en Francia como la de Buffon, y también conoció muchas ediciones en distintos idiomas. En las ediciones españolas (cuatro en total), la mayor parte del Tomo VI está dedicada a "las materias subterráneas", minas, etc. En la primera edición, este tomo se publicó en 1753 (Oficina de D. Gabriel Ramírez).
El prestigio del nombre de Buffon hizo que muchas enciclopedias de historia natural publicadas a lo largo del siglo XIX, tanto en Francia como en otros países, se hicieran bajo su nombre, aunque contuvieran poco de la obra original del sabio francés. Esta sustitución manteniendo el nombre es especialmente importante en la mineralogía, ciencia que conoció una auténtica revolución en el paso del siglo XVIII al XIX. Merece destacarse por el importante caudal de datos sobre mineralogía de España que contiene, muchos novedosos, la Histoire naturele des minéraux, de E.M.L. Patrin publicada precisamente dentro de una Histoire naturelle de Buffon en 1801, y que no se tradujo al castellano.
La primera traducción al castellano de la "Historia natural" de Buffon, no incluye, como ya se ha dicho, los tomos de mineralogía. La edición publicada en 1832-1841, traducida e impresa por Antonio Bergnes, en Barcelona, contiene como mineralogía, en los tomos 50, 51 y 52, un extracto de la tercera edición de la mineralogía de Blondeau en lugar de la original. La mineralogía de Buffon sí se mantuvo, no obstante, acompañada de un "diccionario de mineralogía redactado y recopilado por Don R.P. de Santiago", extraido básicamente de la ya citada mineralogía de Blondeau, en la edición de 1847-1848 de la Biblioteca Popular Económica, impresa en Madrid por Mellado.
Una de las más interesantes enciclopedias de historia natural es la publicada bajo la dirección de Eduardo Chao entre 1852 y 1858, en 9 tomos, y de la que existen dos versiones, con las láminas coloreadas a mano y con las láminas sin colorear. El tomo de geología fue publicado bajo la dirección de Galdo, con 73 láminas. Desafortunadamente para el caso que nos ocupa, tanto la extensión del texto, como especialmente el número de láminas dedicadas a la mineralogía propiamente dicha son muy pequeños. Algo semejante sucede con el Atlas sistemático de Historia Natural, de Traugott Bromme, publicado en Madrid en 1867, en el que, de las 36 magníficas láminas cromolitografiadas que contiene, solamente una es de mineralogía.
Posteriormente se publicaron otras enciclopedias del mismo tipo, como la dirigida por Vilanova, entre 1873 y 1876, titulada La Creación. Historia natural, y la Historia naturaldirigida por A. E. Brehm, también en 8 volúmenes, publicada entre 1880 y 1883, y muy semejante a ésta. Ambas tienen algunas láminas en cromolitografía, que en el caso de los minerales son las mismas. Más reducida es la Historia natural dirigida por Casabó y Pagés, publicada en 1888.
De especialmente afortunada puede considerarse la actuación de la editorial Montaner y Simón, que forma su Historia Natural, publicada en 13 tomos entre 1891 y 1895, a partir de la traducción de obras importantes de distintos autores (excepto la botánica, que fue escrita expresamente por Odón de Buen). En el caso de la geología y la mineralogía se utilizaron las obras de A. Geikie y de G. Tschermak respectivamente, traducidas y extractadas la primera por Salvador Calderón y la segunda por Francisco Quiroga, que añadieron muchos datos sobre España. Las enciclopedias publicadas en el primer tercio del siglo XX (por ejemplo, las de la editorial Gallach) tienen, para el tema que nos ocupa, una importancia mucho menor.
EL SIGLO XIX. RENACE LA MINERIA EN ESPAÑA
El primer tercio del siglo XIX será desastroso para todas las ramas de la ciencia española, primero por la guerra contra las tropas napoleónicas y después por la actuación represora de Fernando VII. En 1830, mientras que en Cuba se publicaban dos revistas científicas, no se publicaba ninguna en la Península. Por otra parte, en la lista de geólogos publicada anualmente en el Boletín de la Sociedad Geológica de Francia no figuraba en aquella época ningún español.
Sin embargo, la pérdida de las colonias americanas obligó a buscar en el territorio peninsular los minerales que antes se obtenían allí. Para esto se consideró indispensable contar con información sobre las minas explotadas antiguamente. Tomás Gonzalez fue comisionado por una Real Orden de Fernando VII, dada en marzo de 1830, para recopilar todos los documentos sobre minas existentes en el Archivo de Simancas. Fruto de esta revisión son dos obras, publicadas en 1831 y 1832 y tituladas Noticia histórica de las celebres minas de Guadalcanal" y Registro y relación general de minas de la Corona de Castilla, respectivamente. Juan López Cancelada, por su parte, publica en 1831 una obra en la que añade sus propias investigaciones históricas a la traducción de un tratado sobre la amalgamación compuesto por Sonneschmidt, uno de los expertos alemanes contratados por la Corona española para reactivar las minas mejicanas a finales del siglo XVIII.
Elhuyar fue uno de los pocos intelectuales de relieve sinceramente partidarios de Fernando VII. Esto, junto con su gran prestigio científico, le permitió mantener su influencia en la Corte y proponer una serie de medidas que eran precisamente las necesarias para intentar revitalizar la decaída minería peninsular. La primera de ellas era la promulgación de una nueva Ley de minas y la creación de un organismo supervisor, la Dirección General de Minas. Por otra parte, como ya se había hecho a finales del siglo XVIII, en 1828 y 1829, se envían de nuevo alumnos a Alemania, para intentar aproximar la minería española al estado de la ciencia y de la técnica que se hacía en Europa. En este caso, los elegidos por el propio Elhuyar fueron Lorenzo Gómez Pardo, Isidro Sainz de Baranda, Joaquín Ezquerra del Bayo, Rafael Amar de la Torre y Felipe Bauzá. Entre sus misiones, además del propio aprendizaje, estaba la de adquirir libros y ejemplares mineralógicos por cuenta del Estado. En 1835, se crea la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid. Gómez Pardo conocía los modelos alemanes y fue quien llevó el peso de la organización; además de él, figuraron como profesores desde los inicios Joaquín Ezquerra del Bayo y Rafael Amar. Los cursos se inauguraron en enero de 1836.
Fuera simplemente el azar, o el efecto de estas medidas, la minería española resurgió rápidamente, tanto en los antiguos criaderos (Linares o La Unión) como en los nuevos. Hacia 1820 se descubren las minas de plomo de la sierra de Gador, en las Alpujarras de Granada. Estas minas no van a llamar demasiado la atención del público, dado su alejamiento de las vías de comunicación y de los grandes núcleos de población, y la discreción inicial de sus propietarios, pero los descubrimientos en Sierra Almagrera (hacia1838) despertarán ya el interés general por las minas. Las minas de plata de Hiendelaencina (de vida efímera, pero riquísimas en algunos casos), descubiertas en 1845 transformaron el interés en entusiasmo. Muchísimas personas sin ninguna experiencia previa ni conocimientos, y con escaso capital, empezaron a crear sociedades mineras, a registrar concesiones y a llevar a cabo excavaciones sin orden ni concierto, presas de una fiebre minera que conducía, en la mayoría de los casos, a la ruina de las víctimas. A estos mineros aficionados se destinaron una serie de libros, como El Minero Español, publicado en 1841, bajo el seudónimo de Nicasio Antón Valle.
Al margen de los múltiples estafadores y mineros improvisados, la minería se consolida como ciencia, y se van publicando libros de calidad. Los Elementos de laboreo de minas, de Ezquerra del Bayo conocen dos ediciones, en 1839 y 1851, que se venden bien. Naranjo, por su parte, publica simultáneamente en 1862 dos textos de mineralogía de distinto nivel, uno destinado a las facultades y el otro a las escuelas profesionales. El primero de ellos sería el libro de mineralogía de mayor entidad publicado en España en todo lo que había transcurrido del siglo XIX.
Portada de la primera edición de los Elementos de Laboreo de Minas, de Ezquerra del Bayo.
En 1838 se publica el primer volumen de los Anales de Minas, revista oficial nacida con pretensión de emular a su homónima francesa. Después de publicarse cuatro volúmenes, aunque de forma discontinua, desapareció por falta de fondos. Lo mismo sucede con la Revista Científica del Ministerio de Fomento, que solamente sobrevivirá de 1862 a 1865. Por el contrario, una iniciativa privada, la Revista Minera, fundada en 1850, se mantendrá, aunque con cambios en su estructura y ampliando sus campos de interés, hasta 1936.
La gran presencia de empresas extranjeras (francesas e inglesas) en la minería española tendra la consecuencia de que muchos estudios realizados en conexión con su actividad se publiquen fuera de España. En el siglo XVIII ya aparecen algunos trabajos, pero su apogeo se producirá a partir del segundo tercio del siglo XIX. Ejemplos de ello son le libro de Le Play Observations sur l'histoire naturelle et sur la richesse minerale de l'Espagne, publicado en París en 1834, el artículo de Pernolet Sur les mines et fonderies du midi de l'Espagne, publicado en los Annales des Mines de 1846, la buena y poco conocida obra de W.K. Sullivan y J.P. O'Reilly Notes on the geology and mineralogy of the Spanish provinces of Santander and Madrid, publicada en 1863, la Memoire sur la richesse minerale de la province de Santander, de M.A. Piquet, fechada en 1877, o el trabajo de conjunto de S. Czyskowski Les venues métalliferes de l'Espagne, publicado en París en 1897. Menos afortunada resulta la incursión histórica del ingeniero de la mina de Riotinto W.G. Nash, en su libro The Riotinto mine: its history and romance.
INICIOS DE LA GEOLOGIA EN ESPAÑA. EL MAPA GEOLOGICO
Al llegar el segundo tercio del siglo XIX se hace evidente la utilidad, incluso la necesidad, de disponer de mapas geológicos tanto a escala local como regional o nacional. En España, el primer problema era que no existía una cartografía general mínimamente fiable. En 1835, Schulz publica su Descripción geognóstica del Reino de Galicia, con un mapa geológico en bosquejo. Para llevar a cabo el mapa geológico de Asturias, que publicará en 1858, este mismo autor tiene que empezar por preparar primero su propia base topográfica.
En 1850 comienza la publicación de las Memorias de la Real Academia de Ciencias de Madrid. En los primeros volúmenes sobre todo, las investigaciones geológicas ocuparán una parte sustancial. En el primer volumen se publica la primera parte del trabajo de Ezquerra del Bayo Ensayo de una descripción general de la estructura geológica del terreno de España en la Península, que continuará a lo largo de cuatro números más. En 1848 se publica el estudio geológico de la provincia de Vizcaya, encargado por su Diputación General al geológo belga Carlos Collette, que incluye un mapa geológico, el primero de una provincia española. En 1849 se crea una Comisión encargada de elaborar, primero, el mapa geológico de Madrid, y luego el de toda España. En principio, estaba previsto que las memorias incluyeran también estudios geográficos, zoológicos y botánicos. En 1852 se separaría la parte geográfica, y finalmente quedaría solamente la sección dedicada a la geología.
También en 1850, Ezquerra del Bayo había publicado en una revista alemana el primer mapa geológico de conjunto de España, muy esquemático, pero hasta 1864 no se publicó uno suficientemente detallado, preparado por los geólogos franceses F. A. Verneuil y F. Colomb. Poco después (aunque lleva la fecha de 1863) se publicará el de Amalio Maestre. También en 1864 publica este último la Descripción física y geológica de la provincia de Santander, por cuenta de la Junta General de Estadística. Mención especial merece la obra de Federico de Botella Descripción geológica y minera de las provincias de Murcia y Albacete, publicada en 1868.
Aunque se publicará algún mapa provincial más, la tarea no se llevará a cabo de forma metódica hasta la reorganización de la Comisión del Mapa Geológico, según un decreto de marzo de 1873. A partir del año siguiente empiezan a editarse la serie de Memorias (aunque la primera lleve fecha de 1873), y el Boletín. Para entonces ya se contaba con una base cartográfica suficiente, los mapas de Coello. La primera Memoria publicada, obra de Felipe Martín Donayre, correspondería a la provincia de Zaragoza. Aunque la segunda contiene los trabajos realizados por la Comisión de estudio de las cuencas carboníferas, en 1875 y años sucesivos se volverá de nuevo a las publicaciones de Memorias provinciales, con las correspondientes a Cuenca, Cáceres, Valladolid, Huesca, Avila, etc.
En 1895 se interrumpe la publicación de memorias provinciales y se inicia la de una magna obra de recopilación de Lucas Mallada, la Explicación del mapa geológico de España, que ocupará 7 volúmenes, publicados desde ese año hasta 1911. En 1913 comenzará la serie de memorias sobre los Criaderos de hierro de España, de la que se publicarán 6 tomos (con un total de 11 volúmenes), el último de ellos en 1944. Esta serie quedó incompleta.
LOS MINERALES DE ESPAÑA.
Además de por su potencial económico, los minerales también llamaron la atención por su interés científico e incluso por su significado como parte de la Historia Natural de un país, del patrimonio cultural considerado desde un punto de vista suficientemente amplio. Aunque podemos tomar en cuenta como antecedentes las obras ya citadas de Torrubia y de Bowles, será necesario esperar al desarrollo de la mineralogía como ciencia, a finales del siglo XVIII y principios del XIX para poder encontrar obras con datos de consideración.
El primer intento serio de realizar una mineralogía topográfica española (aunque el resultado es decepcionante) es el artículo de Herrgen Materiales para la geografía mineralógica de España y de sus posesiones de América, publicado en 1799 en los Anales de Historia Natural. En 1802 este mismo autor publica su libro Descripción geognóstica de las rocas que componen la parte sólida del globo terrestre... , donde incluye entre los ejemplos localidades españolas. Los libros sobre las antiguas minas de España escritos por Cancelada (1831) y por Gonzalez (1832) incluyen datos sobre el metal extraido que, además de fantasiosos en muchos casos, no permiten deducir de que mineral concreto se trata.
En 1832, Alvarado de la Peña publica un pequeño libro El reino mineral, o sea la mineralogía en general y en particular de España, en el que la parte general está extractada de otro francés, y añade una sección sobre los minerales de España, que ocupa 50 páginas, con datos tomados de publicaciones anteriores (Bowles, Pérez Domingo) y algunos otros inéditos. Sin embargo, el primer libro del que realmente se puede considerar que se refleja razonablemente la mineralogía española es Elementos de mineralogía general, industrial y agrícola, de Naranjo, publicado en 1862. En él, el autor indica sistemáticamente localidades españolas (cuando existen y las conoce) para cada mineral. También en otros dos libros, las traducciones al castellano de los Elementos de mineralogía, de Nawman y Zirkel (1891) y de la mineralogía de Tschermak (1894), aparecen datos sobre yacimientos españoles, añadidos por sus traductores, Juan José Muñoz de Madariaga y Francisco Quiroga, respectivamente.
La primera obra de mineralogía regional publicada es la de Fuertes Acevedo, sobre Asturias, en 1880, a la que seguirá en 1883, el Catálogo de minerales y rocas de la provincia de León, obra de José María Soler. En las Memorias y Boletines de la Comisión del Mapa Geológico también se encuentran con frecuencia datos de mineralogía topográfica. Los trabajos más importantes, publicados en forma de artículo, son sin embargo los de Salvador Calderón en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural. La obra clave de la mineralogía topográfica española es el libro de Salvador Calderón Los Minerales de España publicado tras diversas vicisitudes por la Junta para Ampliación de Estudios en 1910. Sus dos tomos, con casi mil páginas en total, reunen toda la información existente hasta ese momento sobre la mineralogía de España, con una parte sustancial previamente inédita.
Posteriormente, siempre teniendo presente la obra de Calderón, se fueron publicando otras obras, o bien de mineralogía regional como la de Llorenc Tomás sobre los minerales de Cataluña, en 1920 o monografías sobre minerales específicos, como la de Castro Barea sobre el aragonito en 1919 o la de Candel Vila, en 1928, sobre los cuarzos cristalizados españoles.